jueves, 22 de septiembre de 2011

Ser de Camporredondo.


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 Por: Mirbel Epiquién Rivera

De los muchos valores que hay que destacar sobre el distrito de Camporredondo, en el siempre encantador departamento de Amazonas, quizá el más relevante sea la gran capacidad de solidaridad y compañerismo que hay entre sus miembros. No sé si ello se seguirá repitiendo en las nuevas generaciones que han nacido en estos tiempos en el distrito, o los nuevos migrantes que llegan desde la “banda”. Pero en un breve análisis comparativo con otros grupos de otros distritos del mismo departamento esta condición es un tema del que bien vale escribir un poco.

Recuerdo que hace unos años, cuando un grupo de muchachos descendientes de camporredondinos, asistíamos “religiosamente” a las fiestas de carnavales, día de la madre, fiesta patronal o aniversario del distrito. Que, organizado por la junta directiva del club de Camporredondo en Lima, hacía posible recrear un ambiente de alegría, tertulia, abrazos y una que otra de flechazos. Años después, recordando esos buenos momentos y ya desde otro plano más profesional redescubrí ese mismo espíritu.

Y es que el mismo patrón de compañerismo demostrado en aquellas fiestas también se daba en otras situaciones de la vida, por ejemplo; muchos paisanos que se encuentran al frente de empresas o negocios exitosos no dudan en darle una mano o una oportunidad a otros paisanos que necesitan un trabajo cuando llegan a la capital, he visto por ejemplo pequeñas empresas creadas por camporredondinos cuyo personal en gran parte son sus paisanos. Otro caso son las redes de comunicación que se crean en la ciudad, es decir, no importa si entre paisanos haya kilómetros de distancia, siempre existen espacios de reencuentro para la coordinación, el apoyo (cuando alguien cae en desgracia), o simplemente la conversación amena. Incluso existen “embajadores” que se conocen cada casa de un paisano en cada rincón de la ciudad capital y nos tienen al tanto de las buenas o malas de los camporredondinos.

Diversos son los estudios antropológicos que han tratado el fenómeno de la búsqueda de identidad y recreación del espacio ancestral en un lugar diferente y extraño. Allí se encuentran por ejemplo los casos de comunidades puneñas, ayacuchanas o ancashinas, que han logrado crear redes sociales y económicas culturalmente homogéneas fuera de sus departamentos, es decir basadas en sus propios patrones de cultura u organización. Algo de eso puede estar pasando con los camporredondinos, pero bajo otras condiciones aún poco esclarecidas. Yo me atrevería a plantear algunas ideas, a manera de hipótesis.

Diría que siendo Camporredondo un distrito históricamente colonizado por gente de Cajamarca, cuyas tierras sobreexplotadas, deforestadas y fáciles de cultivar, a comparación de los frondosos bosques del viejo Cocochillo, no permitía que en Cajamarca se generen nuevos mecanismos de cooperación. Es decir, los primeros que llegaron a Camporredondo y zonas aledañas encontraron montañas agrestes y difíciles de “dominar”, entonces estos primeros habitantes tuvieron que unirse para afrontar nuevos desafíos, aprender a cultivar nuevas plantas y entender juntos las nuevas condiciones del clima y de la vida rural en este aislado e incomunicado lugar, mientras los varones salían al campo o a vender sus productos hasta Jaén o Chiclayo, las mujeres se reunían y estrechaban lazos de amistad y aprendizaje. Obviamente que todos estos modelos de vida eran copiados por los hijos y los hijos de los hijos, y como “lo que se hereda no se hurta”, estos valores de compañerismo y solidaridad perduraron en el tiempo, incluso más allá de las fronteras del distrito. Claro todo esto es sólo una hipótesis.

Sin embargo, al margen de las posibles explicaciones, es importante que continuemos con esta tradición, al menos los que aún soñamos o regresamos siempre a esa tierra que nos cobijó. Es nuestro deber compartir este cariño por Camporredondo con nuestros hijos, amigos y seres que queremos, sólo así podremos formar parte de un proceso de crecimiento integral, es decir, nada se logra incentivando el individualismo competitivo que tanto nos quieren persuadir algunos MBA o hinchas de desarrollo neoliberal. Si queremos ser una verdadera nación debemos empezar con sentirnos parte de un colectivo, con identidad y cultura. No hablo de la mala definición de cultura, aquella en donde se memorizan datos e información que se repite como androide, hablo de las tradiciones, la visión grupal del bienestar, del traspaso generacional de ideas y costumbres. Bajo nuevas condiciones de vida, con un Camporredondo conectado a otras grandes ciudades, con gran parte de los antiguos pobladores fuera del pueblo, con niños hijos de camporredondinos que crecen en un ambiente urbano y lejos de la naturaleza, no sabemos que vaya a pasar en el futuro. Pero mientras intentemos seguir con iniciativas de integración y divulgación de nuestra identidad, como es el caso de este primer número de nuestra revista, podremos mantener la fe y seguir probando nuestro dulce de leche y nuestros buñuelos.

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